En busca de...

Este es un espacio que tiene como único objetivo abrir el debate para dar paso a la reflexion. En él, queridos amigos/as, se encontraran con acontecimientos, situaciones y, por sobre todas las cosas, reflexiones sobre la vida misma. Cualquier coincidencia y/o similitud que encuentren con la realidad fue intencionalmente buscada.
El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad...

Sin más que agregar, saluda atte.


RFXO.



sábado, 5 de mayo de 2012

Este es un país…


“Este es un país en el que lamentablemente no se puede ostentar”. Así es, no hace falta que digan nada… yo puse la misma jeta que ustedes al escuchar estas “malas” palabras. Pero por poco que nos guste efectivamente fueron dichas. Esto me lo dijo un amigo marcando un excesivo énfasis en la palabra lamentablemente mientras ponía una ensayada jeta de preocupación. Ojo, lo ensayado estaba en la manera en que lo decía, no en si creía o no aquello que era dicho. Sobre eso no tengo duda alguna, ya que este espécimen es un fiel representante de la famosa clase media que resurge triunfal mudada de ropas de entre las cenizas de un corral incendiado hace ya diez años. Pero no dejen que estas primeras palabras mías los lleven por el camino más corto hacia una conclusión apresurada. Paremos la bocha y miremos bien la cancha.
“Este es un país en el que lamentablemente no se puede…”. Lo dijo un tipo de veintisiete abriles gastados mientras manejaba un Bora impecable de su propiedad a toda velocidad a dos cuadras de las “mil viviendas” mientras los moradores de esos pagos miraban con jeta de consternación y asombro la nave espacial que zigzagueaba imperturbable los obstáculos de la calle. Mientras el piloto maniobraba para no pisar a nadie yo hacia otro tanto para cambiar sutilmente el tema de charla,  pero no pude menos que grabar mentalmente semejante burrada y rumearla desde ese tiempo hasta hoy, que me encuentro frente al teclado. Recuerdo que esa frase hizo germinar en mi mente algunas preguntas: ¡¿¿Qué carajo habrá querido decir??! ¡¿¿Qué carajo estábamos haciendo en semejante auto por esos pagos sino era ostentar??!
“Este es un país en el que lamentablemente no se…”.  Claro, como todo en la vida, la ostentación no deja de ser algo relativo. Como tal, no deja de estar en el ojo de quien la observa. Para mi amigo – que por más que digan semejantes animaladas con A de asno, uno no puede dejar de quererlos porque son amigos-  el hecho de andar en un auto de cien lucas no implica ostentación alguna, ya que al igual que casi toda la clase media mediocre -que pudo despegar tras una década infame de “esfuerzos y privaciones”- hoy anda en los mismos autos, come en los mismos restoranes, y acude a los mismos espectáculos que sus pares sociales medios. ¿A quién le ostenta con esa nave si hoy por hoy casi todos en su entorno la tienen? Además, pudiendo tener una aún mejor se limita a uno massomenos como para no andar levantando la perdiz,  para que no lo anden mirando…tanto.
“Este es un país en el que lamentablemente…”. El problema no está en que no se pueda ostentar. Todo lo contrario. Nada más alejado de nuestra realidad. La gente se quema las pestañas de envidia de tanto ver aquellas cosas que otros tienen. La gran mayoría trata de diferenciarse, de separarse del resto, de sobresalir. Lo triste es que no lo hagan por medio de grandes acciones (en el sentido más amplio de las palabras) sino a través de lo que poseen… que en definitiva eso es tanto o más frágil que el futuro político de Elisa María Avelina Carrió. Un juego bastante peligroso al que se entra desde muy pibe sin realmente entender porqué. Los dados y la suerte  ya se echaron para ellos. Un solo camino aparentemente posible se ve en el tablero. Simplemente, uno es víctima de su propio éxito y de su indefectible ostentación. Llegando al ridículo casillero del tablero en tener que exigir a instituciones superiores un paraguas donde proteger sus bienes y a ellos mismos de los ataques de aquellos que no tienen y llegaron a anhelar tanto que optaron simplemente por estirar la mano y tomar todo cuanto les fue negado desde un comienzo. Al mismo tiempo – como mi amigo- sufren un verdadero calvario, ya que quedando a mitad de camino entre lo que ellos consideran la inigualable gloria del éxito – económico- y la despiadada pobreza, la ostentación les muestra sus dientes al hacerles sentir en carne propia lo que ellos le hacen sentir a los que creen que están por debajo. En muchos casos ocurre que los anhelantes –sin importar su nivel -  gastan los mejores años de sus vidas en adquirir aquellos que otros tienen sin esfuerzo alguno para darse cuenta al final del juego que esos bienes (cualquiera que sean) que buscaron y lograron (o no) nunca valieron semejante esfuerzo.
“Este es un país en el que…” La mayoría se la pasa mirando hacia arriba y hacia abajo. Hacia abajo se mira con exagerado desprecio y solapado. Y miran hacia arriba, simplemente para ver como viven aquellos que viven con más, ocupando ahora el lugar de aquellos que ellos tanto desprecian simplemente por no tener en cantidades suficientes. Así, se deleitan mirando hacia abajo pero sufren al mirar hacia arriba. Tristemente para estos individuos, hay una verdad que realmente ignoran o que deciden ignorar: por mucho que uno acopie en la vida… siempre va a existir un individuo que tenga un poco más. Y este simple hecho, los deja mirando hacia arriba permanentemente.
“Este es un país…”. Ojala lleguemos algún día a vivir en una sociedad en la que no se pueda ostentar. Que no se pueda ostentar no por el mediocre temor de que otro se haga de nuestras cosas por la fuerza. Sino, que no se pueda ostentar porque simplemente no haya necesidad de semejante cosa. Que no se pueda ostentar por el simple hecho de que todos, absolutamente todos los hombres mujeres y niños que yiran por estas tierras, tengan por igual. Ese día, mis queridos amigos, vamos a tener la suerte de ver desplomarse ruidosamente toda la oxidada maquinaria que se nos vendió como necesaria a un precio excesivamente caro. Ese día, mis queridos amigos, se caerán los disfraces y caretas de muchos. Ese día, vamos a tener que defender nuestros logros. Solo ese día, vamos a ser verdaderamente libres… simplemente felices.




jueves, 29 de marzo de 2012

Club de la Plaza.


Una vez me encontraba –realmente no sé cómo- en una reunión llena de personas que formaban parte de algún club. Ojo, a no confundirse con aquellos chebolis a los que uno acude a practicar algún deporte de manera más o menos seria y concienzuda – por ejemplo: futbol, tenis, rugby, ajedrez, etc.- verdaderos lugares donde uno puede esculpir sus músculos y forjar su carácter a puro golpe y porrazo. No señor, estos otarios eran miembros honorables de sociedades – autodenominadas por ellos mismos como clubes- en los que el único requisito para integrarlas es ser fanático de algo. 

A saber: si uno es adicto a un determinado modelo de automóvil, muy probablemente forme parte de un club cuyo elemento central cohesionador sea ese mismo coche. Así, me he topado con un espécimen tan adicto al Suzuki Fun – obviamente miembro del club del Fun- que creo yo deberían mandarlo a una granja de rehabilitación a comer membrillo a ver si con eso se le pasa un poco tan pesada adicción. Más tarde en esa reunión me tope – escuchen bien esto- con un individuo de suela bien gastada que era, nada más y nada menos, miembro oficial del club del barrilete. Quien me confesó que su amor por dicho juguete era de tal calibre que en los momentos de gran estrés y presión en su laburo, sacaba un mini barriletito desmontable del bolsillo interno de su saco y se descargaba un buen rato remontando sus angustias a través de la ventana del toilette de su oficina. ¡Una mente brillante! Otros, un tanto más pícaros, eran orgullosos radioaficionados y como tales, si señor, miembros del club radial. Estos gastaban sus pocos momentos de ocio en interceptar señales ajenas y triangularlas para saber la posición geográfica exacta del interceptado.

Ahora bien, ¿qué podía hacer yo ante tanto pecho inflado? Juro que si decía las palabras Fun, barrilete o radio a más de uno se le piantaba un lagrimón y se le movia el labio inferior involuntariamente acompañando aquella lagrima inútilmente reprimida. Así, no queriendo ser menos que ninguno, ahí nomas, me invente un club social con lo que más me gusta hacer. Con aquello que me igualaba al mismo nivel de adicción que el resto de de estos personajes tan bizarros como ajenos para el resto del mundo funcional. Con aquello que me pondría a mí a comer membrillo… en esa noche, mezcla entre lo bizarro y lo gallardo nació el Club de la Plaza.
¡Así es! Porque no hay nada más lindo que pasar – ¡por lo menos!- un par de minutos al día sentado en un banco de plaza mirando la compañía del pueblo dar su mejor función, no pude hacer menos que levantar un club. Y como – por ahora- único miembro y, por tanto, presidente electo por unanimidad de votos (el mío), este humilde servidor le extiende a todo aquel personaje disfuncional que quiera unirse a esta locura que he denominado “Club de la Plaza” una membrecía honorífica. No se cobra comisión, cuota o contribución monetaria alguna. Solamente se pide – al que tiene tiempo y ganas- que comparta algunas anécdotas ocurridas en cualquier plaza del mundo. Sin más para agregar, los saluda atentamente hasta una nueva edición, su Sr. Presidente.


lunes, 6 de febrero de 2012

Sobre los cambios.

Después dicen que no hay nada nuevo bajo el sol. Basta con salir a la calle y abrir los faroles un poquito nomás como para notar todo lo nuevo que hay en estos pagos. Yo no sé en que planeta viven aquellos miopes otarios que nada nuevo ven... y con algo nuevo no me refiero a la sensación de pseudo participación que da el presupuesto participativo. ¡No señor! Estoy hablando de cosas tan reales como la municipalidad misma y su vecino el casino ( que dicho sea de paso, para esta altura del doparti deben poseer los mismos dueños, o al menos los mismos moradores- merodeadores- roedores).
Yo sé - no hace falta caer en la necedad- que en los últimos 40 años no tuvimos más que dos mediocres personas a la cabeza del municipio llevándonos de la nariz por los rebuscados caminos de sus respectivos caprichos. No se necesita un microscopio para observar que el "honorable" consejo deliberante nos ha engañado durante años con su prolija fachada y el constante ir y venir de hombres y mujeres que pareciera que no tienen otra cosa en sus cabezas que la labor incesante de un municipio pujante. De más está acotar algo relacionado a nuestra siempre caritativa Iglesia y su maquina infalible de hacer pobres. Si uno tiene un poquito de conciencia e interés por el lugar en donde vive, cabe preguntarse: ¿qué habrán deliberado estos supuestamente aptos personajes para llevar a los vecinos de San Fernando a la situación actual? ¿Dónde está la verdadera ayuda cuando se le da al desposeído lo que uno descarta por viejo y/o inútil? Finalmente ¿qué sería del estado y de la iglesia si los problemas sociales en los cuales supuestamente radica su misma existencia fueran resueltos?
Volviendo al tema  que nos compete, digo que para la gran mayoría todo eso sigue igual, nada ha cambiado en muchos años. ¡Dios, la patria y la familia no lo permitan! (me imagino que esa debe ser una de las frases más gastada por los oli-garcas) Pero si me lo permiten, tranquilamente puedo enumerar sin temor a equivocación alguna más de un cambio significativo sucedidos en los últimos veinte años en nuestro querido suelo municipal.
Para empezar, nuestro suelo se hizo muy ferroso, ya que al cabo de algunos años las rejas brotaron de la tierra al ser regadas con paranoia y discriminación. Por doquier crecieron rejas. Hogares, escuelas, hospitales y plazas se transformaron en nuestras seguras prisiones. ¡¡Y pensar que antes se gozaba de una digna sensación de bienestar y tranquilidad al rodearse uno de gente!!
La gente... otro cambio está en la gente. El problema es  que  se la fue moldeando a imagen y semejanza de sus propietarios. Así, la mayoría de las personas devinieron en incultas, inseguras, recelosas, especuladoras, discriminadoras - entre otras cosas- sin siquiera tener consciencia de dicha transformación. Por último, no por eso menos importante, desapareció la salud, y con ella, su hermana la educación. No hay que olvidarse, que para algunos hombres y mujeres el metal no está en la plenitud física, intelectual y emocional de un pueblo. Todo lo contrario, estos verdaderos mineros de la ignorancia y la desnutrición saben como exprimirle hasta la última gota a sus recursos sin importar el daño que puedan generar a través de sus acciones. 
¡Y después no me vengan con que no hay nada nuevo bajo el sol! Basta con salir a la calle y abrir un poco los faroles nomás como para notar todo lo nuevo que hay por estos pagos.  

lunes, 9 de enero de 2012

El hippie.

El hippie mis queridos lectores, no es más que un personaje sumamente ambiguo, que agrega un poco de color a la sociedad a la cual tan desesperadamente intenta esquivar. En una mirada fugaz usted podrá ser confundido... llegará a pensar que son lo que aparentan. Es decir, individuos que rechazan plena, voluntaria y exitosamente el estilo de vida alienante del capital. Un estereotipo vendido por ellos y comprados por los otros - aquellos que no se autorrecocnocen como hippies- sin demasiada meditación a la hora de la transacción. 
Generalmente relacionados, sin lugar a  la más microscópica duda, con sustancias cuyos efectos los sitúa en un estado alterado de conciencia y con atuendos a rayas, lunares y/o colores vivos varios. Son percibidos por un 83 % de los individuos concientemente funcionales al sistema, como los enemigos mortales de los yuppies - nemesis social por excelencia- que van deslizandose por el tobogán de la vida sin mayores preocupaciones que el amor libre, el aprendizaje de una variada gama de artesanías - principal sustento y medio de vida- el interiorizarse en alguna cosmología de al menos una de las tres sociedades americanas precolombinas más conocidas y por trotar infinitamente por los más lejanos caminos del mundo. 
Ser hippie, tanto para hombres como para mujeres, es sentido y vivido por ellos de un modo muy sincero, real si se quiere... Las alteraciones no tardan en hacerse notar, pues gracias a ellas se separan del resto que los identifican como diferentes. Lo principal que uno puede observar son sus adornos corporales, pero hay que ver más allá de lo evidente para notar cambios en su modo de actuar, hablar y sentir. Entre las mujeres se pueden observar fervientes imitadoras de F. Khalo que se dejan el pelo del sobaco lo suficientemente largo como para que sea cortado con tijera de un modo grosero y hacer de ellos una linda brocha para afeitarse. Sus bigotes son lo suficientemente tupidos como para que sean confundidas con mexicanos. Esto, aparentemente así ocurre ya que ellas, así peluditas como las vemos, rompieron con el estereotipo femenino que las corrompe con ceras depilatorias y maquinitas de afeitar que esclavizan sus almas "libres" y hacen de sus cuerpos un suave y sedoso objeto de deseo. La repulsión a reprimir a los cabellos que en sus cuerpos crecen es compartida por ambos sexos, ya que en los varoncitos raro va a ser encontrar a un hippie con el pelito corto peinado raya al costado y una barba afeitada diariamente. 
Todo esto que les cuento, sumado a una actitud pseudo pacifista de paz y amor, por medio de la cual lo tuyo es mio y lo mio es tuyo, nos dá como equivalente la imagen que el hippie quiere proyectar de si mismo y que a lo otros les gusta mirar. Pero en este mundo loco en el que vivimos las minas que salen en la televisión no son tan lindas como se ven en la pantalla, las hamburguesas de los carteles nunca son tan grandes y jugosas y las tribus urbanas nunca son lo que aparentan... los hippies no son ninguna excepción a esta regla.
Lo que pasa es lo siguiente: el hippie de hoy en día no es el tipo contestatario que antaño llenaba calles y paralizaba ciudades enteras. No, todo lo contrario. Hoy por hoy, es uno de los engranajes que hace caminar a la maquinaria social. Es tan capitalista como Rockefeller o J.P. Morgan, y si bien no puede influir en la bolsa comercial de ningún país por razones obvias, los domingos en la feria es el empresario más feroz e inescrupuloso, un león suelto en un bosque de puestitos dispuesto a proveerse el trozo de morfi más grande. Sus productos en su mayoría son ofertados a precios exorbitantes y de manera tal que hace sentir a sus compradores que les estan haciendo un favor al permitirles llevarse obras de arte de semejante calibre a tan bajo precio.Los postulados de paz y amor, lo mio es tuyo y lo tuyo es mio se van al mismísimo joraca en el instante en que un hermano hippie se instala codo a codo junto a otro en la plaza que vende un producto relativamente similar. Ahí nomás arranca la bronca: "...que yo vengo a este lugar desde hace veinte años","... te digo que hables con fulanito que te  tiene que reubicar en otro puesto", "... además ahí tenes cosas compradas en el once y esta feria es artesanal". Así, uno ve resurgir triunfantes las mismas viejas tensiones propias del capital.
Dicho lo cual, señora no se alarme si su pimpollita se encama con un magnífico ejemplar del hippismo; o si su retoño decide deliberadamente colgar abogacía en su último año de carrera para dedicar sus horas al arte del tejido del hilo encerado; porque ellos, como les mencioné previamente, no son más que potenciales "ases del Club Paris" con un brillante futuro comercial entre sus manos. Ya se los dije más arriba: no hay nada de que asustarse, ya que solamente agregan un poco de color a la sociedad a la cual tan desesperadamente intentan esquivar.    

martes, 27 de diciembre de 2011

Esos tipos.

Hay sujetos que se pasan la vida esperando... ¿Qué cosas esperan? ¡Pues todo! No son más que unos eternos náufragos a la espera de que el océano de sus vidas les traiga algo para salir de la real isla que los apresa. Serán por ello, siempre expectantes, nunca participantes. Eso no es nada, lo peor de todo es que esos personajes, durante la laaaaarga espera en que la vida les tire un hueso que roer, no hacen más que patalear y quejarse. En eso van mal gastando sus horas cuando por fín les llega el ansiado hueso del cual van a chupar hasta el tuétano, pero inconformes por naturaleza, no se contentan con él y se sientan nuevamente a la espera de mejores y más sabrosos cortes. La vida entera les huye de sus cuerpos marchitos... en la espera de lo que nunca van a procurarse.

Por suerte, existen otros tipos que no saben esperar. Que toman de la vida lo que ellos creen son justos merecedores. Arremeten contra ella cual si fuera una mujer desnuda en su lecho. Son sus mejores y verdaderos amantes. Digo por suerte, porque son ellos los que en tiempos de tornados y terremotos los que clandestina o abiertamente reclaman lo que por derecho les corresponde. Son los que nunca callan, los que jamas van a quitarle la buena cara al mal tienpo, porque saben muy en el fondo que todo se puede en esta vida... solo hace falta proponérselo. Y guay con decirles que no a cualquier cosa que deseen, porque en ese momento se pueden llegar a ganar acérrimos - pero dignísimos- enemigos. 

Si bien es un gran privilegio que sujetos de esta naturaleza existan, lamentablemente vienen en frasco chico, y justamente por ello debemos estar atentos a su aparición. Difícilmente los veamos surgir de entre el rebaño, elevandose  como colosos, dispuestos a llevarnos con ellos o a arrasarnos con la misma facilidad. No debemos titubear, no hay que dejar lugar a dudas. O los seguimos en su ritmo vertiginoso y revolucionario-, aceptando las consecuencias que dicho contrato pueda acarrear sobre nosotros- o nos quedamos del otro lado. Y aquellos- que arremeten, arrasan, viven, aman y mueren- ante tanto titubeo y desersión, con el mayor de los sacrificios nos demuestran que no somos dignos de ellos, que no estamos a la altura de tan elevado desafío. A nosotros, ya del otro lado, no nos queda más que esperar, quejarnos y esperar, a que el océano de nuestras vidas nos traiga otro como él, que no supimos aprovechar... 


martes, 26 de julio de 2011

Una competencia sin límites

ste mis queridos amigos es un mundo sumamente competitivo. Sí, así de fea está la cosa. ¡Todos compitieron, compiten y van a competir por todo!
Desde el primer organismo unicelular que hizo su aparición en la tierra, hasta los animales más complejos y evolucionados (con perdón de la palabra) han competido para ver quién degusta el más jugoso y sabroso bocado, quién se queda con la mejor hembra de la manada, y quién ocupa el más acogedor de los refugios. Y nosotros- huildes homo sapiens- no teniendo mejor modelo a seguir, desde que el tiempo es tiempo, el hombre es hombre y la mujer es mujer, nos dedicamos concienzudamente a repetir esa conducta animal primitiva que todavía hoy, tras millones de años de evolución (pido nuevamete disculpas) sigue siendo la mano firme que con suaves golpes de timón va marcando el rumbo de la conducta de todos nosotros. ¿No me creen? Presten atención.
Ya siendo niños se compite para ver quién tiene mejor puntería a la bolita o cual tiene las muñecas más lindas y mejor peinadas. Ya más creciditos/ as la competencia se centra en quién la/s tiene más grande/s. Más grandes aún, la competencia se centra en quién la/s usa más y mejor. Finalmente, ya siendo adultos, la fijación se traslada del cuerpo al éxito... y en esta suciedad capitalista que nos tocó (¿¿o nos dejaron??) en suerte, el éxito tiene un solo significado: guita. Fijense cómo de celebrar públicamente y envidiar privadamente al amigo que porta un exsesivo peso entre sus extremidades inferiores, se pasa a celebrar y celar a aquel que posee la billetera más abultada en su bolsillo.
Aquel que posee hoy es medida de lo demás. Cuando está presente adorado, celebrado y alabado cual si fuera un dios que logró la separación de las aguas que lo alejaban del éxito. Ahora bien, el modo en que separó esas aguas y transitó ese camino nadie lo va a cuestionar. Ni siquiera se le va a hacer la más mínima pregunta acerca del cómo, ya que lo importante siempre fué, es y será el fin, nunca los medios.
Pudo ser un dictador en Bongwutsi, un cura con puesto jerarquico en la Santa Iglesia Católica o el jefe de la policía de algún país sudaca, que a ninguno de los bufones de su corte les va a importar en tanto y en cuanto logren alguna migaja de su mesa... mucho menos le importa a él. Este tipo, el exitoso, es el pastor que guia el rumbo del rebaño entre los valles del capital. Los hace engordar para luego darse un festín con ellos. Inexplicablemente una minoría del rebaño es consciente de su situación... saben que no son más que carne de cañón, pero así y todo agachan la cucuza y le dan para delante, ya que con mucha suerte y pocos escrúpulos, alguno, al menos uno, va a llegar a ser aquel que pone la medida de lo demás.
Va a ser el dichoso envidiado... aquel que compitió y ganó. El que va a engordar y devorar a aquellos que quedaron varados entre los obstáculos desparramados en el camino hacia el éxito. Aquellos, cuya lista él había engrosado previamente, no les queda más que agacharse a recoger las migas que ahora él tira desde su mesa solo por el placer de verlos competir por sus sobras. El compitió... compitió y ganó. Quizás de chico no la tuvo más grande que el resto, y por ahí tampoco la usaba mejor, ni ganaba a las bolitas, pero el éxito económico compensará la falta de destreza y las falencias de una anatomía poco generosa.
Y así, sin más esfuerzo que extender su mano y tomarlo todo, este tipo, esta clase de tipos, se procuraran para sí mismos la mejor hembra, el bocado más rico, y la cama más cómoda.. Pues este es un mundo sumamente competitivo, donde la guita es éxito y el éxito medida de lo demás. Donde los demás son exprimidos hasta la última gota, y sus restos escupidos y amontonados en el rincón más lejano y oscuro, para que solo unos pocos desafortunados tengan la desagradable experiencia de verlos abandonados y derrotados tras una competencia que no conoce de límites.   

miércoles, 15 de junio de 2011

Mi infancia.

i pueblo ya no es pueblo, mucho menos es mío. Antes, muchos padres nos traían al mundo con la decencia de saber que íbamos a ser propietarios de una infancia como dios manda (si me permiten la expresión) Nada más fácil que eso. Solo se necesitaba un poco de negligencia paternal, y montones de espacios verdes donde aprovecharla. Éramos felices en la lleca. Y nosotros teníamos la decencia de ser niños: de embarrarnos a gusto y placer, de meternos en cuanto quilombo hubiera a nuestra disposición, de reinar sobre todo aquello que se encontraba por fuera de las paredes opresoras del hogar. Para muchos, esa etapa de sus vidas ha sido el punto cúlmine de su carrera como ser humano, pues muy conscientes del mandato social imperante- gorrearas al prójimo- de grandes se hicieron curas, canas y/o -disculpen mi vocabulario- gobernadores o algo por el estilo. Hecho que los llevó por el camino de la perdición y que los alejó definitivamente de la humanidad. En fin, todos fuimos pebetes alguna vez, inclusive yo que ya llevo gastados bastantes abriles.
Me encuentro en Libertador y Gral. Pintos parado en la entrada de lo que antes era una imponente quinta cuya vista llegaba hasta el río... ¿Qué nene no hubiera sido feliz ahí? Hoy está parcelada y enrejada por donde se la mire. A los pibes de hoy no les queda nada, ni siquiera la satisfacción de hacer aquellas cosas que se suponen que deberían estar haciendo. Hoy no les queda más espacios que la superficie de un pañuelo, eso sí, enrejado para seguridad de ellos y tranquilidad de los adultos. No hay pasaje más triste y grotesco que ver a un chiquito jugando en un balcón. ¿Qué pasó? ¿Estaré poniéndome como un viejo que añora un pasado no tan lejano? Puede ser...
A mí me gustan las casas de antes- modestas y espaciosas- ubicadas en barrios chicos con calles adoquinadas, donde los almacenes eran almacenes, donde las heladerías vendían helados y nada más, donde el sol daba a toda hora en cada rincón y, por sobre todas las cosas, donde el lugar de reunión era la plaza. Es decir, el lugar apropiado donde un padre negligente dejaría a su prole pasar sus ratos de ocio.
Hoy veo por doquier prospectos de pibes, que se criaron en un tubo de ensayo de dos ambientes. La calle es tan ajena a ellos como las vocales a los políticos. Ya no quedan casas, por donde se vea tenemos monstruos de tres, seis o doce pisos. Tampoco tenemos sol. Si uno se para en 3 de Febrero entre Madero y 9 de Julio va a tener la sensación de estar en un ocaso permanente. Me imagino que lo mismo debe ocurrir en otras calles de este "no pueblo".
Tan paulatino fue el cambio, que pocos lo percibieron. Algunos vislumbraron el negocio y poco a poco nos fuimos quedando sin casas, sin sol, sin infancia. Mi pueblo ya no es pueblo, mucho menos es mio, es el de otros.