En busca de...

Este es un espacio que tiene como único objetivo abrir el debate para dar paso a la reflexion. En él, queridos amigos/as, se encontraran con acontecimientos, situaciones y, por sobre todas las cosas, reflexiones sobre la vida misma. Cualquier coincidencia y/o similitud que encuentren con la realidad fue intencionalmente buscada.
El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad...

Sin más que agregar, saluda atte.


RFXO.



jueves, 29 de marzo de 2012

Club de la Plaza.


Una vez me encontraba –realmente no sé cómo- en una reunión llena de personas que formaban parte de algún club. Ojo, a no confundirse con aquellos chebolis a los que uno acude a practicar algún deporte de manera más o menos seria y concienzuda – por ejemplo: futbol, tenis, rugby, ajedrez, etc.- verdaderos lugares donde uno puede esculpir sus músculos y forjar su carácter a puro golpe y porrazo. No señor, estos otarios eran miembros honorables de sociedades – autodenominadas por ellos mismos como clubes- en los que el único requisito para integrarlas es ser fanático de algo. 

A saber: si uno es adicto a un determinado modelo de automóvil, muy probablemente forme parte de un club cuyo elemento central cohesionador sea ese mismo coche. Así, me he topado con un espécimen tan adicto al Suzuki Fun – obviamente miembro del club del Fun- que creo yo deberían mandarlo a una granja de rehabilitación a comer membrillo a ver si con eso se le pasa un poco tan pesada adicción. Más tarde en esa reunión me tope – escuchen bien esto- con un individuo de suela bien gastada que era, nada más y nada menos, miembro oficial del club del barrilete. Quien me confesó que su amor por dicho juguete era de tal calibre que en los momentos de gran estrés y presión en su laburo, sacaba un mini barriletito desmontable del bolsillo interno de su saco y se descargaba un buen rato remontando sus angustias a través de la ventana del toilette de su oficina. ¡Una mente brillante! Otros, un tanto más pícaros, eran orgullosos radioaficionados y como tales, si señor, miembros del club radial. Estos gastaban sus pocos momentos de ocio en interceptar señales ajenas y triangularlas para saber la posición geográfica exacta del interceptado.

Ahora bien, ¿qué podía hacer yo ante tanto pecho inflado? Juro que si decía las palabras Fun, barrilete o radio a más de uno se le piantaba un lagrimón y se le movia el labio inferior involuntariamente acompañando aquella lagrima inútilmente reprimida. Así, no queriendo ser menos que ninguno, ahí nomas, me invente un club social con lo que más me gusta hacer. Con aquello que me igualaba al mismo nivel de adicción que el resto de de estos personajes tan bizarros como ajenos para el resto del mundo funcional. Con aquello que me pondría a mí a comer membrillo… en esa noche, mezcla entre lo bizarro y lo gallardo nació el Club de la Plaza.
¡Así es! Porque no hay nada más lindo que pasar – ¡por lo menos!- un par de minutos al día sentado en un banco de plaza mirando la compañía del pueblo dar su mejor función, no pude hacer menos que levantar un club. Y como – por ahora- único miembro y, por tanto, presidente electo por unanimidad de votos (el mío), este humilde servidor le extiende a todo aquel personaje disfuncional que quiera unirse a esta locura que he denominado “Club de la Plaza” una membrecía honorífica. No se cobra comisión, cuota o contribución monetaria alguna. Solamente se pide – al que tiene tiempo y ganas- que comparta algunas anécdotas ocurridas en cualquier plaza del mundo. Sin más para agregar, los saluda atentamente hasta una nueva edición, su Sr. Presidente.